TERCERA SESIÓN 1/10/1886
«Todo pasa de moda en este país impresionable». (Diario el Día 1/10/1886). Viernes.
La expectación de hoy no es comparable con la de los días anteriores, no obstante el interés que se cree han de despertar las declaraciones de algunos de los testigos de cargo.
Dijérase que la audiencia de ayer, de pura disección, había disgustado a los curiosos que asistieron a la vista, no solo por lo poco que tienen de consoladoras las declaraciones de los médicos para los que consideran la medicina en todo lo que la ciencia vale, sino que también para los de estómago poco fuerte para sufrir los detalles de una disección.
En la puerta que da acceso a la sala primera apenas esperan dos docenas de personas.
En cambio, en la puerta por donde había de entrar el procesado aguarda un centenar de curiosos la llegada del coche celular que lo conduce diariamente de la cárcel-Modelo al Palacio de Justicia.
A las doce en punto llega a la puerta del palacio el tristemente célebre Galeote, acompañado por un cabo y dos guardias civiles. Y coincidencia extraña: uno de éstos es hermano del procesado a quien custodia.
En la sala la misma decoración de los días anteriores. En la primera fila las señoras Birmanos, Barranco, una preciosa señorita, hija de la primera, juntamente con la no menos bella del Sr. Alonso Martínez y la señora de Capdepón.

En los restantes puestos, otras muchas personas de todas las clases sociales. En el estrado dos docenas de jóvenes letrados, en su mayor parte de aquellos a quienes las leyes no conceden derechos para administrar sus intereses, pero sí los de los demás. Entra Galeote más pálido que días anteriores y bastante ojeroso.
En los pasillos esperan muchos testigos, entre ellos los médicos alienistas presentados por la defensa y por la acusación fiscal.
Un ujier dijo desde la puerta:
—Audiencia pública. Continúa la causa comenzada y multitud de personas asaltan la Sala con gran alboroto.

Al final se restablece el silencio, y el secretario llama a prestar declaración a Joaquín Carrillo y Leoncio del Caño. Al primero se le ha excusado de asistir por enfermo;
Testigo perito armero
El segundo manifiesta, al preguntarle por las generales de la ley, que es armero de profesión.
Es hombre de baja estatura y de fisonomía simpática. Contesta a las generales de la ley.
El fiscal ruega a dicho perito que examine el revolver con que se cometió el delito.
FISCAL.—¿Es ese el revolver que usted había examinado?
TESTIGO.—Sí, señor, es el que vi en el juzgado de guardia.
F.— ¿Cuántas balas tenía cargadas y cuántas descargadas?
T.—Tres cargadas y tres descargadas.
F.—¿Eran correlativas las cápsulas cargadas?
T.—No, señor; una había interpuesta.
F.—¿Del examen del revolver y de las ropas del señor obispo deduce V. la distancia a que fue disparado?
T.—Yo calculo que fuera a boca de jarro, por el bujero que tenía en la capa de coro y por ser ésta de seda, cuya tela pone alguna resistencia. Por lo demás, el revolver podía alcanzar lo mismo a diez o doce metros.
Con esto da el fiscal por terminado su interrogatorio.
Preguntas de la defensa
DEFENSA.—Sírvase V. explicar a la Sala prácticamente el manejo que podría hacerse del arma, y si era posible que saltara una bala.
TESTIGO.—Examina el revolver y explica cómo una persona no perita podía hacer los disparos.
La defensa hace otras varias preguntas, que son contestadas por el perito indicando que «no se dieron más que tres disparos, ni más ni menos»
Testigo Manuel López Oliva
La defensa ruega que antes se lea una diligencia referente al acto de la agresión.
La presidencia manifiesta que no lo cree procedente, y que tiempo habrá en el curso de la defensa.
Llámase el testigo Manuel López Oliva, el cual presenció el suceso. Contesta a las generales de la ley. Explica cómo presenció el hecho del asesinato, y dice que fue uno de los que detuvieron a Galeote.
FISCAL.—Hace varias preguntas relacionadas con el mismo.
T.—Declara que se hallaba en frente de la catedral como teniente visitador de carruajes, cuando sintió los tiros, que fueron tres.
Añade que el Sr. Galeote fue detenido, en cuyo acto era imposible su huida por la aglomeración de gente que lo hubiera maltratado.
DEFENSA .—Diga, el testigo si el señor obispo cayó al suelo al ser herido.
T.—No llegó a caer porque varias personas acudieron sostenerlo.
Defensa. —Hace varias preguntas tratando de buscar contradicciones entre la anterior declaración del testigo y la actual sobre la situación que en la escalera ocupaban el señor obispo y el agresor.
Presidente.— Puesto que la defensa encuentra divergencias entre ambas declaraciones, mandaré que se lea su anterior declaración.
Defensa.—No tengo inconveniente; antes bien, creo necesaria su lectura.
Leída dicha declaración, resulta una pequeña discrepancia, pues en una declaración ha dicho el testigo que el señor obispo había caído y en otra que no había llegado a caer.
FISCAL.—Dice que no hay tal diferencia, y que aunque la hubiese, cree que no tenga importancia.
Defensa.—Manifiesta que no comprende cómo el testigo atendió a la vez a favorecer al obispo y a detener al agresor.
Testigo.—Explica de una manera no muy clara sus declaraciones.
Defensa.—Insiste sobre la colocación que en la escalera tenían el agredido y el agresor.
Testigo.—De su declaración se desprende que se refería al mismo escalón, aunque antes había dicho el primero y ahora el último, pues depende del punto de partida.
Testigo Mariano Miguel
Contesta a las generales de la ley. Declara que es inspector de policía urbana. Explica su presencia en el sitio del suceso, dice que se encontraba en el pórtico cuando el asesinato del señor Obispo.
FISCAL.—Recuerde el testigo si el agresor profirió alguna palabra ofensiva para el obispo.
TESTIGO.—Ninguna.
F.—Hace otras varias preguntas análogas a las anteriormente hechas al otro testigo referentes a las situaciones del agredido y del agresor.
T.—Declara en el mismo sentido que el anterior, notándose la propia contradicción, pues antes había dicho que el obispo cayó, y ahora que no llegó a caer.
DEFENSA.—Ruega a la presidencia que mande leer su anterior declaración.
Así se acuerda, resultando la contradicción, así como en lo referente a la colocación de ambos en los escalones.
Defensa.—¿Recuerda el testigo si fueron seguidas las detonaciones?
T.—Casi seguidas.
DEFENSA.—¿Usted conoce a D. Manuel López Oliva? ¿Estaba con Usted?
T.—Sí, señor, le conozco y estaba allí.
D.—¿Usted ayudó a detener al agresor o a auxiliar al obispo?
T.— A detener al agresor y a librarlo de las furias del público. No recuerdo si me ayudó en esta faena el Sr. López Oliva.
Testigo Pietro Cremonesi
Contesta a las generales de la ley y dice que es de Milán. (Entra con guantes sin que la Sala le advierta nada). Explica como los anteriores, salvas ligeras diferencias, el suceso. El testigo es un comerciante italiano.
Su pronunciación es tan marcadamente extranjera, que apenas es posible comprenderlo.
Las preguntas del fiscal son análogas a las dirigidas a los anteriores testigos: cuál era la colocación del obispo en la escalera del templo; cuál la del procesado, etc, etc.
Defensor.—¿Todo lo que ha contado V. al señor fiscal lo ha visto, ó hay algo de referencia?
T.—Todo lo he visto con mis ojos. Dice que Galeote se fue abriendo paso y apartando gente
De pronto se levanta Galeote violentamente, hace unos cuantos movimientos descompuestos y trata de indicar la postura que tomó al disparar al Obispo
y la situación que ocupaba, y exclama exaltado: Señor defensor, ¿para qué andar con musiquilla para acá y para allá? Yo llegué, había mucha gente, abrí paso y pin, pin, ¡Bah! disparé los tiros cuando ya el obispo se hallaba a mitad de la escalera.
Todo esto lo ha relatado Galeote con ademanes desenvueltos, poniéndose de pie, y avanzando a la mitad del estrado.
Presidente.—Orden, orden, orden!!
Un ujier obliga al procesado a guardar silencio y a tomar asiento en su sitio.
Defensor.—Ruega, al tribunal que prescinda de este accidente en atención al estado del desgraciado Galeote.
Presidente.—Continúe el defensor su interrogatorio, prescindiendo, como prescinde la presidencia, de este accidente.
Testigo Julián Hernández Castro
La defensa ruega al tribunal que llame a declarar a dos guardias de orden público que se hallaban presentes en el suceso.
El fiscal y el presidente se declaran conformes con la petición.
Uno de los guardias entra a declarar: viste de uniforme, y con acento gallego, dice llamarse Julián Hernández.
Relata los hechos de un modo completamente contrario al que resulta de la causa.
A petición de la defensa, se lee la anterior declaración del testigo, en la cual dice que iba detrás del obispo sirviéndole de custodia, y que no advirtió bien el hecho de los disparos hasta después de concluidos.
El presidente dirige varias preguntas al testigo encaminadas a aclarar sus contradicciones.
El testigo sale lo mejor que puede del atolladero.
Testigo D. Enrique Almaráz

Viste los hábitos sacerdotales. Entra tembloroso, y con acento tímido contesta a las generales de la ley.
Galeote se pone de pie, nervioso, y se dirige al testigo en ademán hostil.
Un ujier le detiene y le obliga a sentarse.
Galeote.—Es que quiero oírlo todo, todo, que no se me escape nada. Hable V. alto, que lo quiero oír todito.
El presidente accede a que el procesado se ponga de pie al lado del testigo, separado por un ujier.
El testigo refiere lo que vio del suceso y las visitas que le hizo Galeote.
Galeote.—Y a mí ¿no se me deja hablar?
Presidente.—No, señor; a usted ahora le toca oír y callar, que ya le llegará su turno.
Fiscal.—El procesado ha visto la amplitud que se otorgó a su declaración, y no debe coartar la libertad del testigo.
Galeote.—Yo no entiendo de estas cosas, y por eso cuando oigo alguna contradicción, deseo en el acto contestarla.
Testigo.—Dice que no tenía conocimiento de las condiciones de moralidad y carácter de Galeote, y que solamente sabia por el obispo y por el padre Gabino que no convenía la permanencia de dicho sacerdote en la capilla del Cristo.
Galeote, colocado al lado del testigo, hace gestos a cada palabra que dice e interrumpe de vez en cuando.
El testigo, tembloroso, mira de rabo de ojo al procesado y va suavizando todas sus palabras, como si temiera alguna nueva agresión de Galeote.
Fiscal.—¿Sabe el testigo si el procesado ha tenido alguna vez algún acceso?
T.—No, señor. Hace poco sí se ha dicho (bajando la voz) que está loco.
Fiscal—¿Qué facultades tenía el señor Obispo sobre la Iglesia del Santísimo Cristo?
T.—Tenía jurisdicción sobre ella, pero no sé si la Congregación se regia por estatutos especiales y no puedo decir, por consiguiente, qué atribuciones tendría mi Prelado para corregir, reformar o enmendar lo que hiciera la Congregación citada.
F.—¿Qué concepto merecieron al señor obispo las reclamaciones de Galeote y qué resoluciones tomó?
T.—Siempre dijo que se buscase alguna compensación material, ya que no era posible volverle a la capilla del Cristo.
Fiscal.—Y esos propósitos ¿se hicieron prácticos?
Testigo.—Sí, señor; yo hice varias gestiones por encargo del obispo, y se le tuvo colocado en San Marcos; pero el Sr. Galeote insistió en su petición anterior.
Galeote.—Y yo, ¿no puedo hablar?
Presidente.—No, señor; le toca callar.
Fiscal.—¿Y las cartas eran amenazadoras?
T.—Las últimas que me entregó el difunto señor obispo sí lo eran. Yo se las entregué al padre Gabino.
Se leen varias cartas a petición del fiscal.
Galeote.—¿Y las otras cartas? ¿Por qué no se leen las anteriores?
Presidente.—!!Silencio!!
Galeote gesticula y dice: Una sola advertencia, con una palabra aclaro el valor de esa carta
Se leen otras, que, como aquellas, son reconocidas por el testigo.
El presidente manda sentarse a éste y el fiscal da por terminado su interrogatorio.
Defensa.—¿Por qué era imposible que estuviera el Sr. Galeote en la capilla del Cristo, si dice el testigo que no sabía que la conducta del procesado fuera censurable?
T.—Yo, como secretario, no tenía que meterme en averiguaciones: me bastaba que lo dijera su ilustrísima, y era mi deber además acatarlo.
Yo recuerdo perfectamente que todas las reclamaciones del Sr. Galeote eran para que se le restituyera en la capilla, y no en otra colocación, y siempre tenía su ilustrísíma palabras de conmiseración para él.
Galeote.—! Vaya una conmiseración! ¡Que he despreciado los perjuicios materiales!
El Presidente.—Si el procesado no guarda orden, le mando retirar de aquí.
Defensa.—¿Ha visto el testigo las cartas todas del procesado a su ilustrísima?
T.—Algunas, que son las que he entregado.
D—.¿Cree el testigo medio a propósito ó contrario el de la amenaza usada por Galeote para obtener su reparación, y sabe si este medio se pone en práctica por otros sacerdotes?
T.—El medio no lo puedo creer a propósito; yo no sé sí alguien lo ha empleado antes, pues yo no había sido secretario de otros señores obispos, y hacía pocos días que estaba al lado del Sr. Martínez Izquierdo. Por lo demás, ya he dicho que su ilustrísima me encargaba que procurara colocarlo.
Defensa.—¿Juzga el testigo si estará cuerdo el Sr. Galeote, después de las atenciones del obispo, a que ha correspondido con su agresión?
T.—En tesis general no es cuerdo el contestar como lo hizo (rumores de aprobación); pero yo no puedo juzgar de su estado.
El fiscal llama la atención de la Sala sobre el hecho de llegar la defensa a hacer preguntas de opiniones particulares a los testigos.
La defensa se disculpa diciendo que la misma pregunta se ha hecho en la sumaria a todos los testigos por parte de la acusación.
Se da por terminado el interrogatorio.
Galeote (con sonrisa sardónica).—¿Pero ya ha terminado este señor?
D. Bernardo Casanueva , presbítero
Procesado.—Yo no he visto nunca a este señor.
Fiscal.—Explique el testigo cuanto sepa del suceso.
Testigo.—Manifiesta que se hallaba en la catedral y que acudió a recibir al obispo como canónigo: que oyó la detonación, que creyó fuera un petardo; que no vio al agresor, ni puede asegurar quién fuera; que se enteró en los grupos y lo vio pasado el suceso.
D. Manuel Calderón Sánchez, presbítero
Procesado.— Tampoco le he visto nunca.
Fiscal.—Hace al testigo preguntas análogas a las dirigidas al anterior.
El testigo da análogas explicaciones por haber formado parte de la comisión de canónigos que salió a recibir a su ilustrísima al pórtico de la catedral.
D. José Ortiz, presbítero
También este sacerdote relata el suceso de acuerdo en un todo con los anteriores, a pesar de las diversas preguntas y excitaciones del fiscal.
Galeote (dirigiéndose a los periodistas que se distraían): «Que no se escape nada.»
La defensa también dirige varias preguntas al testigo, y son contestadas en el sentido de que no sabe quién fuera el agresor, a quien no vio, limitándose a atender al señor obispo.
Enrique Perchin
El testigo es empleado en la Casa de la Moneda, se hallaba en el lugar del suceso y auxilió al obispo, no viendo al agresor.
Padre Gabino Sánchez
Es un anciano sacerdote de setenta y siete años, según declaración propia, de fisonomía simpática, bajo, con un parche negro en la cara. Es capellán de la iglesia de la Encarnación. Manifiesta que durante la estancia de Galeote en la Encarnación no se portó mal, no estuvo violento ni mostró raptos de locura.
Fiscal.—¿Observaba buena conducta Galeote en la capilla del Cristo?
Testigo.—No ocurrió nada; que en caso contrario, yo lo hubiera puesto en conocimiento de los superiores.
Fiscal.—¿Era el testigo el confesor del señor obispo?
T.—Sí, señor.
Fiscal.—¿Le daba quejas Galeote respecto a la conducta del obispo para con él?
T.—Sí, señor, y yo lo daba consejos pacíficos.
F.—¿Iba exaltado el procesado cuando iba a quejarse?
T.—No, señor, no advertí ninguna exaltación.
F.—¿Sabe si alguna vez ha padecido Galeote accesos de locura?
T.—Lo ignoro.
F.—¿Recuerda el testigo la clase de quejas que le daba el Sr. Galeote?
T.—Así en conjunto, eran por la conducta del señor obispo por habérsele quitado de la capilla del Cristo. Yo hice algunas gestiones en favor del procesado.
Como confesor del señor obispo, le rogué en varias ocasiones que atendiera al Sr. Galeote, y siempre lo encontré dispuesto a la conmiseración.
F.—¿Recibió alguna carta ó tarjeta el testigo en que el procesado le explicaba su situación desesperada?
T.—Sí, señor, recuerdo una tarjeta en que me hablaba de su situación y me rogaba influyera para que se le atendiera.
F.—¿Se presentó el procesado en su casa en la mañana del sábado?
T.—Estuvo cerca de las ocho y media de la mañana y me habló con vehemencia en favor de su colocación; yo le ofrecí un sermón que podía predicar en la Encarnación.
Fiscal.—¿No ofrecía síntomas de locura?
Testigo.—!Ah, no señor!
Defensa.—¿Recuerda el testigo si tenía Galeote otro resentimiento con el señor obispo que el relativo a su reputación?
Testigo.—No recuerdo que me lo manifestara.
D.—¿Veía el testigo con mucha o poca frecuencia al procesado?
T.—De tarde en tarde; a veces se pasaban hasta meses, por mis muchas ocupaciones.
D.—¿No sabe el testigo por qué no atendió su ilustrísima las reclamaciones del procesado?
T.—Creo que en su grandeza de alma le hubiera atendido, sí se hubiera dirigido a él de otro modo; El testigo habla con voz apagada y con mucho trabajo desde el sillón en que dispuso la presidencia que se sentara. Galeote se revuelve nervioso en su asiento.
Declara finalmente el padre Gabino que nunca habló al obispo como confesor, porque su delicadeza no se lo consentía respecto a este asunto, y toda vez que el señor obispo no le había hablado de ello.
El director de «El Resumen»
Llamado a declarar el director de El Resumen, Sr. Suárez Figueroa, declara un ujier que se halla enfermo, y el fiscal y la defensa renuncian a la prueba de este testigo, por no referirse más que a la entrega que le hizo Galeote de unos documentos.
El padre Francisco Hernández Socos
Sacerdote, cura párroco de la parroquia de Chamberí habla con mucha facilidad, y a cada pregunta del señor fiscal contesta con una larga relación.
Refiere sus relaciones con el cura Galeote y sus ofrecimientos de darle de 30 a 40 duros mensuales si aceptaba la tenencia de la parroquia.
— Ganoso yo, dice el testigo, de cumplir el encargo que tenía de atender al Sr. Galeote, le hice diferentes ofrecimientos y todos eran rechazados.
Fiscal.—¿Qué ha notado el testigo en su carácter?
Testigo.—Cierta excitación nerviosa, un carácter de dignidad ofendida, pero que, aunque no soy médico alienista, no creo pueda confundirse con la locura, toda vez que razonaba muy bien, oponiendo razones a razones y argumentos a argumentos.
Galeote. (bajo).-¿Por qué no ha escrito todo eso como yo?
Defensa.—¿Ofreció el testigo destinos más ventajosos a Galeote que el que él había perdido?
T.—Sí, señor, le hubiera producido mucho más. Galeote quería a todo trance su reposición y nada más.
D.—¿Se quejó Galeote al testigo de la forma en que se le despidió de la capilla del Cristo?
T.—Sí, señor, varias veces.
D.—¿Se dan credenciales a los tenientes curas o cesantías por escrito?
T.—No, señor, no; ninguno de los tenientes curas la tiene en mi parroquia por escrito.
Yo le dije varias veces que lo de la credencial era una pura niñería que no conducía a nada.
D.—¿Recuerda haber oído hablar de malos antecedentes del procesado?
T.—No, señor. El secretario del obispo, al recomendármelo, me dijo: «Tiene un poco de genio; a ver SI V. le puede encauzar;» pero nada más.
Ya sabe el letrado el alcance que se da a esta palabra.
D. Manuel Gumiel
El párroco de San Marcos, a instancia del fiscal, relata sus relaciones con Galeote, que parten desde el momento que se lo recomendó el secretario del obispo.
El Sr. Galeote, añade, me dijo contestando a mis ofrecimientos: «Ni aunque me nombraran obispo de San Marcos.»
Galeote se ríe y se mueve nervioso en su asiento, y al oír esta frase hace una mueca de asombro al propio tiempo que un pronunciado castañeteo con la mano.
Fiscal.—¿Tenía carácter violento el Sr. Galeote?
T.-—Sí, señor, me parecía un poco nervioso y excitado.
Defensa.—Cuando D. Enrique Almaráz le recomendó a Galeote, ¿le indicó algo de sus antecedentes?
T.—Me parece que me dijo que había pendiente una pequeña cuestión a la que el obispo no daba importancia.
D.—¿Usted le hizo ofrecimientos de dinero al procesado?
T.—Sí, señor; le dije que si necesitaba algo, que me lo dijera. El Sr. Galeote no lo aceptó y me dio las gracias.
D. Jaime Agustí, presbítero
Dice que jura in verbum sacerdotis con reservas que ya hizo en su primera declaración, y que tiene el honor de conocer a Galeote desde su estancia en Puerto Rico, donde el testigo era deán.
Contesta negativamente a las preguntas del fiscal sobre la conducta dudosa y carácter altanero del procesado.
El testigo se refiere a su declaración.
Fiscal. —Advierto al testigo que por razón del procedimiento, hay que contestar independientemente de su anterior declaración.
Presidente.— Limítese el fiscal a hacer las preguntas, que la presidencia hará al testigo las advertencias que crea oportunas al curso de la declaración.
Testigo.— Encontré al Sr. Galeote en Madrid, me contó sus penas y le ofrecí hablar al señor obispo, como lo hice. Este me dijo que no hiciera caso a Galeote, que no estaba bueno de la cabeza. Luego encontré a Galeote en la calle con barba, y le dije que no cumplía bien así con la disciplina eclesiástica. Galeote me dijo que me respetaba y que por la gloria de su madre necesitaba una reparación.
Defensa.—¿Recuerda el testigo qué más le dijo el obispo al ir a hablarle?
T.—Me encargó que le dijera al Sr. Galeote que no le molestara más con sus cartas; que éste le había visitado, acompañado de su hermana y que se había puesto a llorar, lo cual lo hacía creer a su ilustrísima que Galeote estaba loco.
D.—Estando en la mano del testigo el consentir o no consentir decir la misa a Galeote, ¿lo hubiera autorizado?
T.—No señor, porque creía que no estaba bueno de la cabeza para decir misa.
El testigo pide se le abonen sus dietas por haber venido de Barcelona.
Galeote.— Cuatro veces es doctor.
El Sr. Vizcaíno
Es un clérigo joven, de treinta y cuatro años según dijo, lleno de cara y de mirada expresiva.
Al entrar en el salón se pone en pie Galeote y le dice: «Aquí estoy» dándose unos golpes en el pecho.
El rector del Cristo de la Salud refiere una desavenencia que había tenido con el Sr. Galeote.
—Yo recibí una carta muy fuerte que procedía de que no le daba los buenos días y que creía que le quería molestar. Yo le di explicaciones y él quiso poner una nota desdiciéndose en la carta. Yo me opuse, diciéndole que no era necesario. Galeote me apretó la mano y se fue. Antes le había yo dicho que, para evitar desavenencias por su carácter conmigo y con los demás sacerdotes que allí decían misa, que era preferible que dejara su destino.
Refiere otras varías escenas en que Galeote le trató mal.
En una ocasión tenía yo un libro, y creyendo el Sr. Galeote que se trataba de su cuenta, me dijo: «No saque usted el libro, porque se lo traga usted»
Yo me puse de pie, y le dije que no temía a los hombres, sino a Dios.
La junta se enteró de los escándalos que daba el Sr. Galeote, y la congregación dispuso que no se le abonaran más honorarios por la misa.
Le envié la cuenta por el importe de 17 días, y protestó, porque creía que eran 18.
Le envié los 14 reales del día que reclamaba, y todo quedó terminado, hasta después de mucho tiempo que fue a verme y me dijo, amenazándome, que influyera para que lo colocaran.
Galeote.—¿Me se permite hablar una palabra?
Presidente.—No, señor.
Defensa.—¿Qué consecuencia ha sacado el testigo de la conducta del Sr. Galeote?
T.—Que era anómala.
D.—¿Insistió mucho Galeote para que se le diera por escrito su dimisión?
T.—No, señor, un solo día.
D. Juan. Manuel Carús, que era otro de los testigos, no asiste.
Doña Tránsito Durdal
Entra en el salón con paso vacilante y con el rostro muy pálido. Viste rigurosamente de negro, con manto. (Expectación).
Declara, preguntada por el fiscal, que es Marbella, tiene 32 años, es soltera y trabaja en labores.
La emoción le pasa pronto, y comienza a abanicarse y a contestar correctamente a las preguntas.
—El Sr. Galeote vivía en mi casa en calidad de huésped y pagaba 10 reales; yo le conocí en Málaga; antes había tratado a su familia con intimidad, y como tenía ganas de venir a Madrid, no tuve inconveniente en venir con una persona conocida.
Fiscal.—Conteste la testigo lo que sepa de los disgustos que tuvo Galeote.
T.—¿No sería mejor que me preguntara S. S.?
F.—Le hace varias preguntas, entre ellas por qué sabia lo que refería.
T.—Es que todas las mujeres somos muy curiosas y yo quizá más que ninguna, y le preguntaba. Además, la casa en que vivíamos era pequeña y por fuerza tenía yo que enterarme de todo lo que allí se hablaba.
Además, él siempre ha tenido la costumbre de hablar a voces, y cuando está solo sé lo cuenta a las paredes.
Fiscal.—¿Por qué le despidieron del Cristo?
T.—Creo que la historia esa empezó por cuentos y chismes. ¿Me permitirá S. S. que me siente si he de seguir contestando a sus preguntas?
Fiscal.—¿Le calmaba usted cuando se excitaba? (Risas).
Testigo.—Sí, señor, procuraba convencerle.
F.—¿Le tenía usted por loco?
T.—En muchas ocasiones como tal lo ha conceptuado, pues su excitación era exagerada.
Fiscal.—¿No tenía usted miedo de vivir con un loco?
T.— No, señor, porque sabiéndolo entender y dándole lo que quería, se tranquilizaba. (Risas).
Fiscal.—Dijo la testigo en su declaración que no estaba loco. ¿Y ahora lo cree así?
T.—Es que creía que le perjudicaría y por eso no lo dije, aunque sí lo creía.
Fiscal.—¿Escribió usted espontáneamente a la familia de Galeote?
T.—Sí, señor, me movía el mismo interés que podía mover a usted un desgraciado.
Refiere el mal recibimiento que lo hizo el obispo cuando fue a interceder por Galeote. No me mandó sentar y casi me señaló la puerta.
Galeote pregunta a los periodistas, por lo bajo: ¿Qué tal pico tiene doña Tránsito?
El día del suceso, continúa la testigo, salió de casa temprano, como todos los días, con la misma excitación. No comía ni dormía y los ojos los tenía rodeados de un cerco negro.
Yo me enteré del suceso por un guardia que venía de la cárcel de parte suya, y me dijo que me llamaba.
—¿Qué ha pasado? le dije.
—Pues que ha matado al obispo.
La noticia me sorprendió mucho.
Si hubiese sido al padre Vizcaíno no me hubiera extrañado, pues él decía que iba a romperle el alma.
Da por terminado el fiscal su interrogatorio y lo comienza la defensa.
El Sr. Villar Rivas dirige varias preguntas a la testigo y ésta refiere sus relaciones antiguas con la familia de Galeote.
Ella no tenía ningún pariente cercano, pues su madre falleció antes que viniera a Madrid.
Se suspende la vista hasta mañana.
Galeote levantándose: Protesto, protesto, no me dejan hablar, yo quiero contender con ellos. Esto no me gusta.
Parte de la prensa conservadora valora muy negativamente la declaración de Dª Tránsito en el juicio
Aun a costa de que los lectores padezcan en su curiosidad y de que no satisfagamos completamente la fiebre del noticierismo impresionable que consume a la sociedad moderna, ávida de devorar el hecho del momento y la actualidad del instante, hemos creído prudente y hasta honrado no reseñar ni poner al desnudo el relato de doña Tránsito; porque a la verdad en sus palabras, en su actitud, y en su manera de expresarse nos causó una impresión moral de repugnancia.
Alguien alababa su descaro, su serenidad, su inteligencia, sus hábiles contestaciones. No negamos esto, lo reconocemos, así como también confesamos que su entendimiento despierto, acertó a repetir sagazmente la lección que llevaba aprendida sin desconcertarse por nada; pero su altanería, sus frases respecto al señor Obispo difunto, el no revelar esos hermosos y nobles sentimientos de tristeza y de dolor trémulo que se revelan en el alma de la mujer en circunstancias que recuerdan sucesos terribles y horrorosos, todo este conjunto de detalles, muestran a la luz de la recta conciencia que hay que apartar con asco la mirada de esos espectáculos en que la mujer ostenta un corazón atrofiado para la virtud y para
la vida de la conciencia.
Mañana, las gentes modernas que se entusiasman con los rasgos de la impudencia, compondrán cantos épicos y leyendas inmortales a doña Tránsito, presentándola como una heroína y como una mujer de superior intuición y de superiores dotes espirituales. Tristeza deben causar a las personas honradas este romanticismo inmoral y esta sensiblería abyecta, signo del rebajamiento y de la decadencia de nuestros tiempos y síntoma de la pérdida de sentido jurídico.
Ya se ve, perdida la fé, por fuerza tienen que adorar los seides del espíritu moderno a los ídolos, y alimentarse de supersticiones, y así como en la época de la revolución francesa rindieran culto a la diosa Razón,—la gran prostituta- ahora serán capaces de levantar altares a doña Tránsito y de quemarle incienso.
Después de todo, la historia recogerá en su día los ejemplos deplorables que nos ofrecen los juicios orales, verdaderos dramas teatrales y parodias sangrientas de la justicia.
E. F. HEl redactor que firma EFH EUGENIO FERNANDEZ HIDALGO fue alumno de la Facultad de Derecho de la Universidad Central. Natural de Coria (Cáceres) estudiante entre 1877 – 1883. Trabajó como redactor para el diario La Unión (1882-1887) y Unión Católica editado entre 1887 y 1899 en Madrid, durante la Restauración. Fue el periódico del ala más conservadora del canovismo.
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El día de los hechos, la instrucción y la calificación
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Primera Sesión del juicio Galeote
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Segunda Sesión del juicio Galeote
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Tercera Sesión del juicio Galeote
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Cuarta Sesión del juicio Galeote
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Quinta Sesión del Juicio Galeote
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Sexta Sesión del Juicio Galeote
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Discursos. Última palabra
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La sentencia
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Recurso ante el Tribunal Supremo
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Final