Proceso Galeote. El juicio. Cuarta sesión 2/10/1886

CUARTA SESIÓN 2/10/1886 – SÁBADO

«A las doce había en los alrededores del palacio de Justicia un tumulto grande de gente, y apenas puede uno abrirse paso para penetrar en el edificio. En la sala de sesiones ocupan buen número de asientos, en el estrado, abogados del ilustre Colegio de Madrid. Bellas y elegantes damas ocupan los sitios de preferencia. Hace un calor tropical.»

A la una comienza la vista. Entra Galeote como siempre, descarado y saludando. La entrada de la plebe en el salón semeja a la irrupción de los bárbaros del Norte.

Continúa la prueba testifical

Testigo Alejo Izquierdo 

Es Sacerdote, Canónigo y sobrino del difunto Prelado. Contesta a las generales de la ley. Responde al señor fiscal que tiene la honra de ser pariente del señor Obispo muerto; que conoció a Galeote estando ocupado en un asunto urgente, y que aquél le pintó con calor su situación, pidiéndole le colocara; que se interesó por él y le acompañó a la escalera, y que Galeote se marchó tranquilo, después de entregarle un documento, cuyo contenido no conoce, y el cual entregó al señor Obispo, recomendando a Galeote.

Oyó las detonaciones, pero no vio nada.

Contestando al defensor, dice que Galeote le pintó una situación precaria, y que le pareció sincero su relato, y que aquél se marchó tranquilo y, al parecer, satisfecho.

Carlos Malagarria

Carlos_malagarriga-Prosa_muerta
C. Malagarria. Abogado y periodista

Dice que es periodista; que Galeote se le presentó un día llevando un anuncio en el que se decía que deseaba una portería, el cual fue publicado por la noche en El Progreso; que Galeote estuvo a las doce de la noche en su casa dando fuertes voces, y no le recibió, y todo esto—añade—parece indicar que el tal Sacerdote estaba loco. Habla de las cartas que entregó Galeote en la redacción de dicho periódico,

Padre Antonio María Brida

Es presidente de la Junta de la Congregación del Santísimo Cristo de la Salud. Contestando el señor fiscal, manifiesta que recibió una carta de Galeote en forma de circular, en cuya carta le decía que había tenido disgustos con el Sr. Vizcaíno, por la inexperiencia o mal consejo de éste, y que sospechando que se fuera en la próxima junta a tomar una medida contra él, le avisaba para que los señores de la junta no hicieran nada sin oírle. Todos los demás señores de la junta habían recibido una carta escrita en igual forma.

Se acordó retirarle el estipendio de la misa, para lo cual tenia la Congregación facultades omnímodas, sin que el señor Obispo pudiese retocar el acuerdo. Concluye diciendo que la determinación de retirar dicho estipendio a Galeote fue verbal.

Rector de los Irlandeses 

Manifiesta que solo conoce a Galeote de haber  dicho misa en la iglesia de los Irlandeses, y no sabía más.

El testigo D. Federico Sorrentini no aparece y el presidente le impone la multa de quince pesetas.

PRUEBA DOCUMENTAL

Se procede a la práctica de la prueba documental. El secretario relator Sr. García Goñi lee la declaración del señor Obispo.

En esa declaración consta  que el señor Obispo declaró que le hirieron a la entrada de la iglesia; que no vio al agresor; que no sospecha de nadie ni tiene resentimiento con nadie.
En la ampliación de la declaración se afirma el Prelado en lo mismo, y añade que no se muestra parte en la causa.
El señor relator lee las cartas de Galeote publicadas ya por los periódicos y un telegrama de Málaga.
(Durante la lectura. Galeote se acerca al relator; escucha, y a cada instante hace signos afirmativos. Cuando oye hablar de su padre en una carta, prorrumpe en amargo llanto, y dirigiéndose al presidente de la audiencia, pide conciencia y justicia y que se le oiga. El presidente le aquieta.)
Se leen los antecedentes personales del procesado. La lectura versa sobre el informe de la sección de vigilancia del gobierno civil. Entre los amigos de Galeote, que le visitaban, según dicho informe, constan D. Luis Rute y el general López Domínguez. Se lee un documento describiendo el reconocimiento practicado en la casa donde vivía Galeote. No se encontró más que una cama en la alcoba.

TESTIGOS DE LA DEFENSA

El testigo D. Luis Rute presenta certificado de enfermo.

 José María Palacios 

Agente de negocios. A las preguntas del defensor, manifiesta que cree que no había consecuencia ni exactitud en la inteligencia ni en la amistad de Galeote. Dice que de chico, Galeote tenia alma noble y tendía a proteger a los pequeños, y añade que sabe que su hermana Remedios o está declarada loca, o que va a ser declarada loca.

Salvador Padilla 

Dice, contestando al defensor, que teniendo 14 años, le dio Galeote lecciones de Latín, y que comprendió que era muy extravagante o que estaba chiflado.

Eduardo Moreno

Es comandante de la guardia civil. Conoció a Galeote en Velez-Málaga y fue compañero de estudios hace 30 años. Notó entonces el testigo que Galeote llevaba todas cuestiones a la intemperancia. Ha oído decir que tiene una hermana loca y otro hermano que tiene perturbada la razón porque ha derrochado una fortuna.

Félix Reig 

Es sacerdote de la capilla de la Encarnación.
Contestó a la defensa y dice que Galeote era complaciente y que en dicha iglesia se portaba bien.
De oídas manifiesta, contestando al Fiscal, que Galeote, cuando se le contradecía, manifestaba ciertos movimientos nerviosos, y que oyó decir, al preguntarse los sacerdotes entre sí, por qué serian aquellas cartas al Obispo y al P. Gabino, que Galeote estaba loco.

Ana María Galeote y Cotilla 

Hermana del procesado. Le ponen un asiento junto al defensor. Al pasar junto al procesado le besó. Este dijo, llorando: «¡Quítate!»

Manifiesta  que siempre ha tenido Galeote un carácter raro y fuera de tino, y que ha muerto un hermano loco.

(La testigo no puede continuar y llora. Galeote se levanta, y en actitud amenazadora, adelanta la pierna derecha y deja retirada la izquierda, e inclinado hacia adelante y en actitud de disparar, dice: «¡Ahora si que mataba yo catorce Obispos!»)

Andrés Galeote y Cotilla 

Es guardia civil. Hermano del procesado. Está afectado y tembloroso y se contradice afirmando unas veces que tenia hermanos locos, otras que no y otras que medio locos.
Dice el redactor del periódico la Unión «La atmósfera está asfixiante; gruesas gotas de sudor nos ruedan por las mejillas. En medio de este desierto arenoso de Sahara, se nos ofrece un oasis donde llega el aire consolador del abanico de una señorita que está junto a nosotros.»

José García

Es comandante capitán de caballería. Dice que al volver de Puerto-Rico Galeote, conoció a éste. Afirma que una hermana de Galeote le manifestó que había sufrido con él en el Peñón, por la mala cabeza del procesado. Dice que el hermano mayor de Galeote, llamado Gabriel, tiene, el concepto en Velez-Málaga de que está medio loco; que otro hermano, llamado Daniel, murió, al parecer, loco.
Refiere una escena que tuvo con Galeote, en la cual éste se mostró violento. Conoce a un tal Alonso Cotilla, primo de Galeote, que tontea.

A las tres y veinte minutos se suspende la sesión por breves momentosA los pocos minutos se levanta la vista para otro día.

CONSIDERACIONES de la PRENSA CONTRARIA A LAS NUEVAS REFORMAS PROCESALES 
Tres ideas dominantes han brotado hoy en nuestro espíritu al contemplar los datos y peripecias del juicio.
La escena lastimosa de Ana María, hermana de Galeote, derramando angustiosas lágrimas y revelando en todos sus dichos y en su presencia la severa amargura de su alma, ha formado un elocuente contraste con la desenvoltura escandalosa de doña Tránsito Durdas en la sesión judicial de ayer. Ana María, es la hermana que revela las hermosuras del corazón y las virtudes del ánimo y el triste y natural sentimiento por lo ocurrido.
Doña Tránsito, la mujer impasible que se presenta ante un tribunal y ante un público, con motivo de sucesos horrendos, sin aprensión, con cinismo, con altanería, haciendo jadeante alarde de su travesura, de su despreocupada conciencia y de estar tan fresca como si nada hubiera pasado. La comparación, pues, muestra dónde está la cultura moral del corazón, preciosa joya del alma de la mujer, y sin la cual el valor de ésta queda por los suelos y en el fango por lista y atrevida que sea su inteligencia.
Se dice que se progresa mucho en derecho, sobre todo en la esfera de las formas y procedimientos para aplicar la justicia penal, y sin embargo, la verdad es que con estos juicios orales y públicos nos vamos acercando, como los cangrejos, a los tiempos de Mari Castaña, en que el populacho romano ejercía sus funciones  tribunicias; y gracias que no pesan todavía sobre nuestras cabezas las siete plagas de Egipto, refundidas en el llamado Jurado. Parando bien la atención en lo que sucede, bien puede decirse que la publicidad del juicio sólo sirve para preparar escenas teatrales, que unas veces parecen dramas, otras tragedias, y otras comedias, y para fomentar en un público estragado completamente en sus sentimientos y trastornado en sus ideas y ávido de emociones romancescas, una atmósfera de sensiblería incompatible con la serenidad de la razón y con los dictados de la justicia.
Tan pronto se escucha a algún desalmado que dice por lo bajo: «Galeote merecía un premio», como se oye a otro la apoteosis  de doña Tránsito, con otras mil cosas por el estilo que dan lugar a pensar, si alguien pretendiera formar juicio de los españoles por las opiniones de unos cuantos bribones, si en España hemos perdido ya el patrimonio moral que nos legaron nuestros padres y la honradez de la conciencía. Después de todo, cuando la ciencia procesal moderna se alaba de haber desgajado la unidad del juicio criminal, separando la dualísticamente la sentencia, de la instrucción del proceso y creando una especie de abismo entre el plenario y el  sumario —destruyendo así la armonía del espíritu humano en las manifestaciones de la justicia y la uniformidad del silogismo penal que vive y palpita en todo proceso contra un culpable; silogismo en que la premisa mayor son los hechos, la premisa menor los fundamentos de derecho y la consecuencia o conclusión la sentencia judicial— se comprende a la legua que todo puede esperarse ya de la barbarie moderna.
Por último, hagamos una reflexión sobre la pretendida locura de Galeote. Rechacemos en primer lugar esa escuela positivista moderna de Lombrosío, que ve un loco en todo gran criminal y hasta en los simples criminales, y aspira á cerrar las cárceles y abrir los manicomios. Y conste que la escuela penal de Lombrosío no es opuesta a la pena de muerte—á pesar de que es una infamia señalar pena al hombre irresponsable y privado de la razón, de la conciencia reflexiva y de la voluntad libre —sino que la concede como un derecho de la sociedad y se le aplicaría a Galeote, no fundándose en el noble principio de que sólo la privación de la vida a un hombre, en ciertos casos, es pena suficiente y adecuada para reintegrar y restablecer el orden jurídico perturbado por el delincuente y defender la existencia social contra las insubordinaciones y amenazas individuales, sino en el perverso y brutal principio darwinista de la selección natural, suponiendo que la humanidad se divide en dos clases: la de los locos y la de los cuerdos, y en que preciso extirpar ,y eliminar a esos seres desgraciados del seno de la sociedad para perfeccionarla y cumplir la ley feroz de la lucha por la existencia, teoría tan inmunda y malvada como la practicada por los republicanos espartanos cuando mataban a los niños defectuosos que no podían servir para que el Estado de la república aprovechara sus brazos.
Rechacemos también las teorías materialistas y frenológicas, a estilo deGall, sustentadas por una escuela médica de alienista, a quienes, en fuerza de creer ellos locos á todo el mundo, las personas sensatas os relegan a la región de los dementes, teorías que atribuyen á la perturbación mental todos los crímenes y la conducta de los hombres perversos, y suprimen, por consiguiente, toda idea de responsabilidad moral y jurídica. Ahora bien; aun cuando un hombre sea soberbio, orgulloso, duro de carácter, de genio violento y de pasiones vehementes, no por eso se le ha de considerar ya como loco, ni tampoco porque de muestras en la vida ordinaria de extravagancias, rarezas, chifladuras y muestras de mal humor.
Entonces, en más ó en menos y en circunstancias determinadas, no serian muchos los que se salvarían de la imputación de demencia, especialmente si por hipocondría nerviosa ó biliosa ó melancolía cardiaca ó dispepsias gástricas ó intestinales, exacerban en un momento determinado sus actos. Mientras haya libertad de discurrir y libertad de obrar, el hombre no está loco, cualesquiera sean sus pasiones, su carácter y sus enfermedades, y su deber es combatir todo lo que en su organismo físico ó en sus instintos o en sus impulsos sea contrario al bien y a la justicia; pues de lo contrarío será responsable de lo que ocasione, a la manera que quien se embriaga libremente para cometer sus crímenes, es responsable de éstos. Tampoco puede decirse de una persona que sea loca, porque se forme un falso concepto de las cosas ó tenga perversas Inclinaciones.
Ahora bien; de todas las declaraciones testificales, especialmente de las favorables á la defensa, resulta que si bien el presbítero Galeote tenía un carácter fuerte , sin embargo nunca había mostrado síntomas de locura en su verdadero sentido, á no llamar locura, como vulgarmente sucede, a lo opuesto a la justicia y a lo debido.
Las cartas de Galeote revelan además a un hombre que tiene falsas ideas de honor, de honra y de dignidad; que no tiene un recto concepto de la autoridad de su Prelado y de la obediencia y consideración que le debía, tal vez á causa de sus lecturas de los escritos del «Clérigo de esta Corte» que tiene pasión de soberbia y de orgullo, y no busca tranquilidad dé espíritu en la Religión y en la conciencia y en el esfuerzo de Su libre albedrío, pero no revelan á un loco; que no es loco un hombre que razona, medita, tiene conciencia de lo que hace, escribe bien y con lógica dentro de su temeridad y de sus funestos propósitos, y concibe y desarrolla gradualmente todo un plan infernal.
Verdad que ahora Galeote en la vista del juicio oral hace ciertas cosas extemporáneas , pero es preciso reflexionar bien las cosas. Aquellas impresiones es  natural que le trastornen algo y le desatinen, a más de que una estancia solitaria y prolongada en la cárcel celular es suficiente por si misma a producir locuras.
El sistema penitenciario celular absoluto, tiene que ser por fuerza un criadero de locos desgraciados, porque el hombre es sociable por naturaleza, y una constante soledad le lleva a la melancolía y de la melancolía al extravío de la razón. No decimos esto último para combatir el sistema celular, sino para atacarle cuando es exclusivo y responde a ideas trazadas a prior  en  un gabinete, pero sin tocar las realidades de la práctica.
Después de todo, no sabemos que puede favorecer a los culpables la manía moderna de declararlos locos.
Dos palabras y concluimos. Algunos dicen públicamente que Galeote hizo bien en matar al Obispo, y por otro lado manifiestan que está loco.
¿No son verdaderamente locos los que con semejante lógica discurren, cayendo en brutal contradicción?
EUGENIO FERNANDEZ HIDALGO
El redactor que firma E.F.H. EUGENIO FERNANDEZ HIDALGO fue alumno de la Facultad de Derecho de la Universidad Central. Natural de Coria (Cáceres) estudiante  entre 1877 – 1883. Trabajó como redactor para el diario La Unión (1882-1887) y  Unión Católica editado entre 1887 y 1899 en Madrid, durante la Restauración. Fue el periódico del ala más conservadora del canovismo.
  1. El día de los hechos, la instrucción y la calificación

  2. Primera Sesión del juicio Galeote

  3. Segunda Sesión del juicio Galeote

  4. Tercera Sesión del juicio Galeote

  5. Cuarta Sesión del juicio Galeote

  6. Quinta Sesión del  Juicio Galeote

  7. Sexta Sesión del Juicio Galeote

  8. Discursos. Última palabra

  9. La sentencia

  10. Recurso ante el Tribunal Supremo

  11. Final